domingo, 22 de noviembre de 2009

Detras del Gol

Era el 25 de junio de 1978, en la Argentina no era un día más, La selección jugaba la final del mundial contra Holanda. El monumental estaba repleto, no entraba ni un alfiler, allí estaba todo el pueblo argentino. Los que no habían podido conseguir una entrada estaban prendidos al televisor o la radio, expectantes porque la selección gane aquel partido. Para así después de muchos años sentir que estábamos fuera del pozo, mirando a todos desde arriba.
Habíamos llegado a esa final después de un increíble 6-0 a Perú en Rosario. Recuerdo que días previos al partido final un periodista español, me pregunto si sabía algo de la desaparición de personas a causa del gobierno defacto. Yo le conteste que no sabía nada, y de que mi país se encontraba en una especie de enfrentamiento contra los resabios de las guerrillas. Pero fue después de ese triunfo en Rosario, por el único marcador que nos posibilitaba pasar a la final. Que en mi cabeza se brotaron dudas, lo encare a Cesar para decirle si era verdad que gente de la junta había ido al vestuario peruano en el entretiempo. Pero el me evito diciendo pibe voz dedícate a hacer lo que sabes, que es jugar al futbol.
Festeje el paso a la final como todo el país, pero después en el hotel no podía dormir. Tenía la sensación de que en aquel partido había cosa rara, la diferencia la hicimos en el segundo tiempo después de que los generales fueron al vestuario visitante. Pero Cesar, en la conferencia de prensa había explicado con lujo de detalles donde estuvieron las virtudes de nuestro equipo y los errores del rival. Además los peruanos pelearon las pelotas, no parecía que hubieran ido para atrás. Sin embargo la cosa no terminaba de cerrarme.
Estábamos a minutos de salir al campo de juego, y no lograba apartar la idea de que todo esto era un espejismo, que tenia ciego a todo un país mientras cosas horribles pasaban ante sus ojos, sin que nadie lo viera. La entrada a la cancha era impresionante un espectáculo de papeles y de humo celeste y blanco por todos lados. El griterío era ensordecedor y nos trasladaba a una burbuja en donde ya no hay nada más que un vacio. Miro la cara de Cesar, este está inmutable, el cigarrillo en la boca, los ojos llenos de confianza y su frente como acumulando una tensión producto de un gran peso que no podía quitarse de encima.
Comenzó el partido, todo era normal, Holanda presionaba intentando salir rápido, intentando cortar nuestro circuito de juego. El encuentro era vibrante, con una electricidad constante, era golpe por golpe. Pero en una Mario se suelta de su marcador con esa gracia que lo caracterizaba y saca un remate que va a parar al fondo de la red. Por una decima de segundo el estadio sufre el silencio que hay entre el hecho y el grito eufórico de la grada. En ese instante de silencio total en toda la nación escucho un grito, pero no es de alegría sino de dolor. Después todo es invadido por un enfático GOOOOOOOOL. Mario levantaba los brazos y festejaba con mis demás compañeros, yo paralizado en la mitad de la cancha no podía salir de mi asombro. En eso pasa el conejo y me dice: “Que te pasa boludo, despertarte, vamos ganado”
El primer tiempo había terminado, todo era algarabía, ganábamos 1 a 0 y éramos campeones del mundo. En el túnel lo pare a Cesar y le pregunte si aparte de gol había escuchado otra cosa. El me miro extrañado y me dijo: “Si no te sentís bien te saco” le conteste: “No profe, quédese tranquilo que solo fue una sensación producto de la emoción”
Salimos a jugar el segundo tiempo, el partido seguía siendo muy parejo y “La naranja mecánica” estaba empezando a hacer que nos metiéramos cada vez más en nuestro arco. Es ahí donde levanto la vista y mi mirada coincide con la de Jorge Rafael Videla, todavía no sé porque pero esos ojos uniformados, me paralizaron y perdí la pelota. De ese error mío desemboco en el gol de Nanninga. Holanda había empatado, el monumental estaba en silencio se paso de la alegría a la angustia en menos de un minuto. Yo sobre mi espalda sentía miles de miradas que me miraban de forma inquisitiva. Pero lo único que me preocupaba era que si llegábamos a perder, sentía que era hombre muerto. Antes de que terminara el partido, Cesar, decidió sacarme para poner a Leopoldo. Estábamos jugándonos todas las cartas, un defensor por un delantero. Cesar también se estaba jugando el pellejo, o por lo menos eso entendí.
Cesar, no me saludo al sacarme, solo me miro y encendió un cigarrillo. Mire a la platea San Martin y ahí estaba toda la junta militar, nunca se percataron de mi. Pero un gendarme que estaba junto al banco me dijo: “Que cagada te mandaste pibe” después de eso solo podía pensar en que me iban a secuestrar torturar o quizás tirarme al rio con cemento en las patas desde un avión. La angustia me comía, en la cancha podía distraerme pero en el banco solo sentía que si los chicos no hacían un gol, más vale que me fuera con los holandeses.
Así llego la prorroga y el segundo gol de Mario, ese si lo festeje, es mas di un salto terrible y entre a la cancha a abrazar al matador, que paradójicamente era mi salvador más que mi asesino. Después vino el gol de Daniel y el festejo final por la obtención del título. Mientras el monumental de Núñez lloraba y gritaba de alegría. Otros llantos y gritos se entre mezclaban en un sonido que era difuso a la mente, madres, abuelas, exiliados verían como muchos de sus conciudadanos les darían la espalda por algo tan insignificante como un torneo de futbol. En esa época estaba en juego la vida de todos, no entendí eso hasta que Nanninga hizo ese gol.

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